Bienvenid@s a mi pequeño mundo,
un rinconcito donde por unos momentos
intentaré transportaros a otro lugar,
un sitio donde la magia es posible,
y donde los sueños... están al alcance de la mano...
sabéis como se consigue eso...?
...con las palabras...

miércoles, 19 de febrero de 2014

Cuando la última hoja toque el suelo...

Allí estaba yo, dirigiéndome hacia el viejo muro, y empolvando mis zapatos en aquel antiguo camino que tantas veces en mi infancia había recorrido.
Años atrás el motivo de la caminata podía ser por un pequeño berrinche, por alguna regañina, y otras veces, sin duda las mejores, por puro placer.
Ahora miro al suelo, y puedo ver perfectamente mis pasos en el camino, con aquellos zapatos llenos de polvo, el mismo polvo que ahora emblanquece mis negras deportivas al andar.
Aunque hoy camino en solitario, y en otro tiempo, una mano cálida y áspera por el paso del tiempo, me daba calor y me hacía de guía.
 
 
Aspiro el aire puro, y todo parece retroceder en el tiempo, el camino, las piedras, todo es igual, nada ha cambiado, y  yo vuelvo a tener ocho años…

Llegamos como siempre, después de andar poco más de media hora, a aquel pequeño cruce, si es que se puede llamar así, donde un viejo muro de piedra, ya medio derruido, nos servía de asiento para descansar de la ida, y para reemprender la vuelta.
Esa ida donde yo había hablado de mi entonces gran problema, de mi gran preocupación, y él con su eterna sonrisa, no había dejado de escucharme ni un solo segundo.
Al llegar allí, todo se detenía, yo enmudecía, porque allí se respiraba tranquilidad, y sabía, aún sin saber cómo, que ahora no me tocaba a mi hablar.
Entonces, los dos nos sentábamos en el muro, con el camino a nuestras espaldas, y mirábamos al horizonte. Las palabras variaban, pero la moraleja siempre era la misma:
-         ¿Sabes que los árboles cambian con el paso del tiempo, verdad pequeña? Florecen, dan fruto, pierden las hojas, reposan, y luego todo el ciclo vuelve a empezar… - aquí hacía una pausa para saber que yo estaba pendiente de él, para saber que le seguía y entendía sus explicaciones – Pues bien, vamos a fijarnos en un solo árbol, vamos a elegir uno… - entonces hacía ver que elegía uno al azar, con nuestra cuarta excusión, yo ya había descubierto, que siempre elegía el mismo, pero no quería que él supiera que le había descubierto – Mira, aquél! Lo ves allá a lo lejos? – Yo fijaba la vista en la dirección que él apuntaba y asentía. – Cuando la última hoja de aquél árbol toque el suelo, significará que tus problemas no tienen solución, mientras veas desde aquí que el árbol sigue fuerte y verde, querrá decir que todo está bien, y debe seguir su curso, únicamente has de saber encauzar el problema – y dicho esto me miraba unos segundos sin dejar de sonreír, y me dedicaba un guiño travieso.
Durante cinco minutos seguíamos allí sentados, sin hablar, cada uno inmerso en nuestros pensamientos. Y luego, sin decir nada, él se levantaba y regresaba al camino. Yo le daba un poco de tiempo, usaba su eterno bastón, pero aún iba ágil en sus andares, y al poco yo salía corriendo para atraparlo y seguir el regreso a casa, esta vez, yo saltando a su alrededor y observando cada flor, cada planta y cada árbol que encontrábamos a nuestro paso, él a su vez, me explicaba cuando florecían, cuál era su fruto, y todo lo que se le ocurría.
 
Ahora, años después, llevo mi pequeña mochila azul, con un poco de agua, unas galletas, mi móvil, y poco más, porque mi camino no termina en este viejo murete donde reposan mis caderas.
El camino de ida ha sido el mismo, yo enfrascada en mis problemas, aunque esta vez mi voz solitaria venía resonando en mi cabeza, ahora, veo el viejo árbol a lo lejos, y quiero llegar hasta él. 
 
He tardado casi una hora en llegar, y cada vez que estaba más cerca, mi sonrisa afloraba con más fuerza a mis labios, pero quería tener al viejo árbol delante, antes de adelantar acontecimientos, y ahora… aquí lo tengo… y no he podido evitar soltar una pequeña carcajada… por eso siempre me decías que estaba demasiado lejos para venir hasta aquí, cuando era pequeña me decías que el camino era largo, y no iba a llegar, y cuando ya fui adolescente, la excusa eran tus ancianas piernas, que no aguantarían la pendiente. Creo que siempre lo supiste, y puede que en mi fuero interno, yo también, pero esto no cambia nada.  Creo que tenías razón, y voy a seguir pensando igual, hasta que este árbol no pierda su última hoja, no va a haber problema que se no se pueda solucionar o encauzar, aunque ahora ya sé a ciencia cierta, que este árbol es un madroño y por eso su hoja es perenne.

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