Viernes noche... después de una más que dura y difícil semana... me apetece colgaros algo bonito, agradable, y divertido a la vez, pero sinceramente, no he podido escribir nada esta semana...
A ver dejadme pensar... es tarde, y supongo que pronto os ireis a dormir.. ¿a quién no le apetece una pequeña historia? Y una, que es chica de recursos, quiere dejaros un pequeño cuento, que escribí hace un par de años. Este cuento es el que da título a este blog...
La considero una bonita historia que te hace pensar, reflexionar en la inocencia que tienen los niños, esa inocencia que desafortunadamente perdemos al hacernos mayores... y que a veces nos gustaría recuperar...
Espero que disfruteis de la historia y que tengais dulces sueños...
LA
PALABRA MÁGICA
Volvía a casa inmersa en mis pensamientos, y en una
de esas veces que levantas la cabeza, para mirar sin ver, me fijé en algo que
llamó mi atención. En el parque, al otro lado de la calle, había dos niños, dos
chiquillos que apenas debían tener más de cinco u seis años. Desde un primer
momento me los quedé mirando. Parecía que tenían una pequeña charla de
criaturas, y no sé muy bien porqué llamaron mi atención. Les vi a lo lejos y me
entraron ganas de saber de qué hablaban, saber cual era aquel debate que les
tenía tan entusiasmados, pese a su corta edad.
Me acerqué un poco más a ellos intentando disimular
mi curiosidad. Eran un niño y una niña, y en ese momento empecé a entender lo
que decían.
-
Pero Claudia, eso no puede ser. – decía el niño.
-
Que sí Pablo, que es eso – insistía la pequeña.
-
Eso no es una palabra. Una palabra tiene que existir,
y eso te lo has inventado. – reiteraba el niño mientras miraba la libreta de
cuartilla que tenía su amiguita entre las manos.
-
Pero esta palabra es bonita y tiene su sentido.
-
La profe nos ha dicho que tenemos que buscar una
palabra que exista en el diccionario, escribirla y explicarla delante de todos,
y la tuya no existe, aunque te inventes lo que quiere decir.
-
Pero es una palabra bonita… - Claudia parecía algo
apenada, mientras Pablo se la miraba y negaba con la cabeza.
-
No existe, y si no existe no es una palabra. Tendrás
que buscar otra, esa no sirve – a Pablo parecía que le pesaba decirle eso a su
amiga, pero enseguida se animó diciéndole – Yo puedo ayudarte a buscar otra
palabra. ¿Quieres que te ayude?
Claudia se lo miró no demasiado convencida, y al
momento miró la libreta donde tenía escrita aquella misteriosa palabra, y
entendiendo que Pablo tenía razón arrancó, un poco vacilante, la hoja de la libreta,
y arrugándola la tiró a la papelera que tenía más cerca.
-
Vale – dijo mientras se alejaba con su amigo
empezando a pensar en voz alta palabras para los deberes. “Jugar”, “Chiste”, o
“Amigo” eran algunas de las que oí.
En ese momento miré curiosa hacia la papelera donde
la pequeña había tirado aquella hoja de papel, y me acerqué para ver cual era
aquella palabra inexistente. No suelo ser tan curiosa, pero la conversación de
los pequeños, por absurdo que parezca, me había cautivado.
Cogí el papel que había quedado en lo alto de la
papelera llena, lo abrí para saber qué contenía y leí con una caligrafía de
letras grandes e infantiles “sueñizino”. Miré extrañada aquella hoja
cuadriculada del tamaño de medio folio y le di la vuelta para ver si había algo
más escrito en ella, pero no había nada más. “Sueñizino” era la palabra. Por lo
que había entendido de mi curiosa escucha, a aquellos dos pequeños les habían
mandado de deberes que escribieran una palabra para describirla después en
clase, y por lo visto la pequeña Claudia, que así era como había escuchado que
la llamaba Pablo, había escrito aquellas nueve letras como si de una palabra se
tratase. Realmente Pablo parecía tener razón, porque yo no tenía ni la más
remota idea de lo que querían decir aquellas pocas letras unidas entre sí.
Doblé la hoja de papel y la metí en el bolsillo de mi
chaqueta. Quería llegar a casa y buscar esa palabra en el diccionario para
saber si tenía algún significado.
En apenas diez minutos ponía la llave en la cerradura
de la puerta de mi casa, y nada más entrar, fui directa a la estantería a coger
el diccionario. Ni siquiera acaricié a Noa, mi pequeña gatita que puntualmente
venía a recibirme en la puerta anhelando como premio, después de pasarse parte
del día sola, alguna caricia o algún arrumaco.
Mientras yo pasaba las páginas, noté que se frotaba
contra mis piernas, para ver si de esa manera terminaba llamando mi atención,
pero al ver que no lo conseguía empleó su más suave y cameloso maullido que
finalmente resultó. Me agaché para acariciar su suave lomo, tan sólo por un
instante para seguir con mi búsqueda y pasar las páginas del diccionario
buscando la “s”... “si…” , “so…” , “sud…” ,
“suelo”, “suelto” , “sueño”, Nada. Entre suelo y sueño no estaba sueñizino.
Había tenido una pequeña esperanza de que existiera esa palabra que sonaba tan
rara, pero que a la vez parecía tener algo de magia. Pasé un par de páginas
hacia delante y otro par hacia atrás, pero estaba claro que no venía en el
diccionario. Qué pena, me hubiera gustado encontrarle un sentido… …aunque ahora
que lo pienso, Claudia había dicho que tenía un sentido… ¿Qué habría querido
decir? ¿Quizás la pequeña se había inventado un significado para aquellas pocas
letras? Volví a sentir la curiosidad, pero nuevamente Noa llamó mi atención y
terminé colocando el diccionario en su sitio y cogiéndola en brazos para darle
su buena ración de caricias.
Al día siguiente era sábado y había quedado para
comer con unos amigos. Teníamos reservada mesa en nuestro restaurante favorito.
La comida pasó entre risas y bromas, y cuando nos disponíamos a pagar metí la
mano en el bolsillo de mi chaqueta para mirar si tenía algo de cambio y
encontré un papel, que por un momento no reconocí. Aunque inmediatamente al
sacarlo vi la “S” hecha con aquella mano infantil. En un momento se me ocurrió
una cosa, y llamé la atención de mis amigos, para que escucharan la curiosa
historia de la tarde anterior. Cuando terminé de contarla todos se interesaron
por el contenido del papel.
“Sueñizino”… se miraron unos a otros con caras
extrañadas y sonrientes, pero yo hablé antes que nadie pudiera decir nada.
-
No significa nada. Es una palabra que no existe.
-
Vaya… - dijo Marta.
-
La historia prometía. – dijo Carlos.
-
Pero vosotros, ¿qué creéis que puede querer decir?
-
¿A que te refieres?
-
Según la pequeña que tiró este papel, tenía un significado
-
Ja, ja, ja,… a saber qué significado le habrá puesto.
-
No en serio – insistí yo – si vosotros os
encontrarais en mitad de un libro, de una revista o de un periódico con esta
palabra, ¿qué creéis que querría decir?
Todos me miraron divertidos, y por un momento vi que
dejaban volar su imaginación.
-
Es parecida a sueño porque parece tener la misma
raíz, es como si quisiera referirse a un sueño efímero, o un sueño muy corto. –
dijo Marcos que era el razonable del grupo
-
A mi me suena a una almohada de esas que anuncian en
la tele venta. “Tenga sus mejores sueños con Sueñizino, el cojín del descanso”
– Jenny siempre era la payasa, y todos nos reímos con su imaginación.
-
¿No os recuerda a algo pasado? Como si se refiriera a
sueños del pasado – esta era Lis, que lo dijo con cara nostálgica.
Miré a los demás pero negaron con la cabeza, como
diciendo que no se les ocurría nada. Pero yo sabía que tenía que querer decir
algo más. Aquella pequeña lo había tenido muy claro.
Al rato nos despedimos, sin pensar más en ello, y
cada uno se fue a su casa, pero yo me dirigí a la calle donde el día anterior
me había encontrado a los dos pequeños. Esperaba encontrarlos por allí, y
estaba decidida a preguntarles el significado de “Sueñizino”.
Estuve cerca de media hora dando vueltas pero no les vi,
y decepcionada volví a casa para disfrutar del resto de fin de semana.
Llegó el lunes, y ya casi ni me acordaba del trozo de
papel con la “palabra mágica”, como yo la llamaba mentalmente, a pesar de que
estuvo en mi cabeza el sábado y parte del domingo. Me levanté temprano para ir
a trabajar y el día transcurrió con normalidad, pero como cada lunes, estaba
deseando llegar a casa. Me costaba acostumbrarme a la rutina de los días
laborales.
A la vuelta del trabajo, estaba inmersa en mis
pensamientos, cuando a lo lejos, distinguí unas risas infantiles. Al momento,
levanté la cabeza para ver si era lo que me imaginaba, y así era, allí estaban
los dos pequeños, jugando en el parque como el viernes anterior. Sin pensármelo
dos veces fui directa hacia ellos y les saludé:
- Hola –
les dije.
- … hola …
- contestó Pablo algo receloso.
- ¿Os
puedo preguntar algo? – los dos se miraron y poco a poco y con timidez asintieron
con la cabeza. – El viernes os escuché hablando sobre un trabajo de clase –
mientras decía esto rebuscaba en el bolsillo de mi chaqueta en busca del trozo
de papel, que sabía, tenía que estar allí.- Hablabais sobre una palabra que no
existía.- lo encontré- es esta palabra – les dije mientras les mostraba el
trozo de papel.
A Claudia se le iluminó la cara, y alzando un poco la
voz gritó la palabra
- ¡Es mi
palabra! ¡Es sueñizino!
- ¿Qué es
sueñizino? – pregunté impaciente, deseando saber su significado.
-
Sueñizino no existe – dijo Pablo ahora ya más confiado.
- Si, ya
sé que es una palabra que no aparece en el diccionario, pero para ti tiene un
significado, no? – le pregunté directamente a Claudia.
Esta asintió con la cabeza, y empezó a decir:
-
Si, hay algunas palabras que describen cosas, pero a
veces para explicar otras no hay una sola palabra, y yo pensé que esta lo
describía muy bien.
-
¿El qué describía?
-
Un sueño feliz, sueñizino quiere decir sueño feliz.
Cuando tengo sueños que me dan miedo o me asustan mi mamá me dice que son
pesadillas, pero cuando sueño algo bonito, algo
mágico, no sé como describirlo. – Claudia estaba orgullosa de su
explicación. Y yo me la miraba sonriente, al ver la gran imaginación de aquella
niña que parecía tener su lógica.
-
Pero al final, tuvo que cambiar la palabra, porque no
existía – apuntó Pablo que parecía tener más los pies en la tierra.
-
¿Y cuando teníais que explicar vuestras palabras en
clase? ¿Por qué eran unos deberes que os habían puesto, verdad? – pregunté, aún
fascinada por la mente de los pequeños.
-
Hoy, esta tarde. – Era Pablo, nuevamente
-
¿Y qué palabra elegisteis, finalmente? – quizás les
estaba preguntando demasiado, pero mi curisiodad iba en aumento, y más ahora
que empezaba a conocer a aquellos dos personajillos, que parecían la cara y la
cruz de una misma moneda; uno era la lógica y la razón, y la otra la magia y la
imaginación, sin perder ninguno de los dos su inocencia.
-
Yo elegí “ instante” – Pablo me contestó primero.
-
Instante… - repetí yo imaginándome a mi, con la misma
edad de aquellos pequeños como hubiera descrito esa palabra, pero la voz de
Pablo me quitó de mi ensoñación, y volví a prestarle toda mi atención.
-
Un instante es algo muy, muy corto. Si en ese
instante pasa algo malo, el instante se hace eteeeerno – el pequeño había
arrastrado la “e” de eterno como demostrando que era algo que no le gustaba – y
si pasa algo bueno en ese instante – ahí Pablo cambio de tono – el instante se
hace aún más corto de lo que es.
No pude más que sonreír por la acertada descripción
que había hecho el pequeño de la palabra instante, y al momento vi que Claudia
estaba impaciente por poder explicarme que palabra había elegido ella, así que
no la hice esperar más, y le pregunté:
-
¿Y tu pequeña? ¿Qué palabra elegiste?
-
Elegí “corazón”. El corazón es una parte del cuerpo
que hace que estemos vivos, y también un sitio donde hay mucha gente – lo dijo
todo con orgullo, y a la vez intentando no correr demasiado explicándose, para
que yo lo entendiera todo a la perfección, pero al oírla me extrañé.
-
¿Un sitio donde hay mucha gente?
-
Si, mi tía siempre dice que todos los que queremos
los llevamos aquí - dijo tocándose el pecho – en el corazón.
Por un momento no pude más que emocionarme. Aquella
chiquilla y su imaginación habían tocado mi corazón, y nunca mejor dicho.
-
Qué bonita explicación Claudia – le dije con los ojos
llorosos.
-
La profe me ha dicho lo mismo – dijo ella orgullosa.
-
Y ahora te toca a ti – este era Pablo
-
¿A mi? – le pregunté
-
Claro, nosotros te hemos explicado nuestras palabras,
ahora tú nos tienes que explicar una a nosotros.
Suspiré, pero creí que tenía razón, me parecía justo,
y mientras me agachaba para ponerme a su altura le dije:
-
Pues yo os voy a describir… - pensé por un instante,
y mi mente se iluminó - … os describiré la palabra “imaginación”. La
imaginación es algo que nos hace pensar en cosas increíbles, soñar los más
maravillosos sueñizinos,- dije guiñándole un ojo a Claudia- y hasta pensar en
que los buenos instantes pueden ser eternos… - ahora miré a Pablo. Los dos
pequeños se me quedaron miraron y me dedicaron una enorme sonrisa. Una sonrisa
que me cautivó y que llevé en mi mente hasta que me acosté aquella noche,
recordando lo último que me había dicho Claudia, antes de despedirse…
-
Que tengas unos buenos sueñizinos…
Y vosotros también…