Ese día iba caminando de vuelta a casa, después de un día
bastante complicado.
En mi cabeza había un alboroto de pensamientos y ninguno
muy apacible que digamos… Había sido un día de esos que a media que iba
avanzando las cosas se complicaban y al final nada había salido como esperaba.
No sé ni tan siquiera como me fijé en aquella pequeña
planta, algunos la llamarían mala hierba, que sobresalía entre la valla y el
suelo del parque que tenía justo enfrente.
En esos momentos, pareció que mi mente se relajaba, como si
las nubes negras de mi cabeza se esparcieran y dejaran paso a un bello
amanecer… la sensación fue como un soplo de aire fresco en mi interior.
Me acerqué a aquellas flores amarillas y olvidadas por todos
los transeúntes que se cruzaban en su camino. Cuando las tenía justo a mis pies
se me escapó una sonrisa y me agaché. Rocé sus flores del color del sol con mis
dedos, dejando que el polen ensuciara mis yemas… De repente, mi día
mejoraba, algo que parecía bastante complicado hacía tan sólo unos instantes…
¿Cuánto tiempo hacía de aquella historia, abuelo? No lo
recuerdo, como tampoco recuerdo el motivo de la misma…pero a veces, no te
hacían falta motivos para envolver mi día en magia…
Vi cómo te agachabas a coger unas pequeñas flores y cuando
te pregunté qué eran, me respondiste que eran unas flores mágicas.
- ¿Mágicas? – te pregunté yo al tiempo que mi
mirada se iluminaba y me olvidaba de todo lo demás, como ocurría siempre que
estaba a tu lado.
- ¿Quieres saber por qué? – me preguntaste, más
por crear un poco de intriga y curiosidad en mí, que por saber cuál sería mi
respuesta, que ya tenías clara antes de la pregunta.
Mis grandes ojos curiosos pedían a gritos tu historia, saber
qué magia escondían aquellas flores, que no eran demasiado bonitas y que
parecía que no tenían fin, ya que todo el campo que veíamos desde donde estábamos
sentados era de un dorado deslumbrante.
- Esta pequeña flor se llama diente de león,
princesa – empezaste con la tranquilidad que te caracterizaba – para algunas
personas es considerada una mala hierba, porque como puedes ver se esparce con
facilidad – dijiste señalando la infinidad de aquel tono amarillento - Para otras, tiene propiedades beneficiosas
para la salud cuando es joven como ésta – señalaste el tono amarillo de
la flor – Y ahora viene lo importante… – te giraste hacia mí y me diste un
suave golpecito en la nariz, entonces te agachase y cogiste otra flor, esta vez
era blanca, yo te miré extrañada y tu proseguiste tu relato – Y aquí está la
magia…
- ¡Pero ésta no es la misma flor! – te dije yo un
poco decepcionada y con un asomo de enfado que empezaba a salir.
- Aquí está la flor de joven – me dijiste
enseñándome la flor amarilla y sin perder tu sonrisa frente a mi pequeño
pataleo – y ésta es la flor adulta, cuando ya está en el fin de su ciclo y se ha secado – me
enseñaste ahora la blanca – y ahora es cuando aparece su magia… ¿vamos a probar
esa magia? – me preguntaste.
Yo no te contesté, sólo te miraba extrañada y maravillada de
nuevo, esa sensación que me dejaban tus historias la recuerdo a la perfección,
y la hecho tanto de menos… pocas veces me he vuelto a sentir así.
- Cierra los ojos pequeña – me dijiste. Esperaste
a que lo hiciera, cosa que hice al instante – Ahora pide un deseo... – lo hice mentalmente
sabiendo que los deseos no se pronuncian en voz alta, tu viste la afirmación de mi cabeza y supiste que mi deseo estaba elegido – Vuelve a abrir los ojos tesoro …-
los abrí, y continuaste mientras ponías la flor blanca justo delante de mí - Y ahora… sopla…

Soplé… y verdaderamente me pareció algo mágico… aquellas
pequeñas “flores” que en realidad eran las semillas del diente de león,
salieron volando y parecían tener algo especial…
Yo seguía con la mirada como se elevaba aquel montón de
puntitos blancos y emprendían un camino hasta algún mágico lugar…
- Sólo falta esperar a que tu deseo se cumpla – me dijiste con una
enorme sonrisa. Te miré, y sin pensarlo, cogí lo que quedaba de aquel diente de
león y salí corriendo mientras terminaba de soplar lo que aún quedaba en el
tallo. Cuando regresé a tu lado, con mis mejillas sonrosadas por la carrera
sabía que aún faltaba el colofón de tu historia, por eso me senté en aquel
banco donde tú me esperabas con tu eterna sonrisa. – Esta flor es como el día a
día, para algunos puede ser una mala hierba o para otros un ingrediente sanador,
pero con el paso del tiempo, todo se puede convertir en algo mágico. En la
vida, a veces sólo hay que esperar a que algo madure, como este diente de león,
y justo cuando llega el momento, sólo hay que susurrarle algún secreto y lanzar
sus semillas al viento, éste se encargará de llevarlo a alguien que desde allá
arriba haga que nuestro deseo se cumpla – dijiste con un guiño travieso.
Justo en ese instante parecí despertar de mi ensoñación, seguía
agachada tocando las flores amarillas que había visto delante de mí. Miré a mi
alrededor y justo dos pasos a mi izquierda había un diente de león grande y
seco que parecía llamarme a gritos. Me acerqué y lo cogí suavemente. Entonces,
cerré los ojos, susurre algo que apenas yo misma oí, mientas la suavidad de la
flor seca rozaba mis labios. Abrí
nuevamente los ojos mirando al cielo y soplé… Esperé a que las pequeñas
semillas se elevarán y sobrevolarán mi cabeza… después de unos instantes,
sonreí y volví a mirar al cielo… mi día acababa de cambiar… seguramente era
algo mágico pensé, mientras mi yo interno levantaba la cabeza hacía el cielo y
guiñaba un ojo travieso…
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