Cada día cuesta un poco más, los problemas parece que siguen
surgiendo, no es que sean muy grandes, pero van dando pequeños pinchazitos en
algún lugar dentro de ti, día tras día, son pequeños calambres que derrumban un
poco la rutina diaria, la danza que el universo parecía tener prevista ese
amanecer, o puede, que esos pequeños tics inoportunos sean compases de la
canción con la que danzamos, no nos damos cuenta de ello y pensamos que no
estaban previstos, o que no eran para
nosotros… sea cual sea el motivo, siempre tengo esa mirada reconfortante…
me miras, me observas, me vigilas, estás pendiente de mi estado de ánimo. Sabes
exactamente el momento justo antes de que mis ojos se desborden, y en una
milésima de segundo te acercas, te sientas a mi lado como buenamente puedes, o
más bien como difícilmente te dejo, y te aprietas contra mí. Haces que note tu
cuerpo cerca del mío, no sé si por el placer que ello te aporta, o para que
sepa que sigues estando ahí, como el primer día. Y cuando mi lágrima aún no ha
terminado de surcar mi mejilla, tu cabeza ya la ha secado, como si quisieras
impedir que la ley de la gravedad surgiera su efecto. Me sigues sorprendiendo,
por más que no lo quiera y aunque en ese momento prefiera la libertad de la soledad,
tengo que abrazarte, devolverte ese gesto de cariño que siempre me aportas, y tú
te dejas, incluso colaboras apretándote fuertemente contra mi cuerpo, dejando
que te acaricie y te huela profundamente, ese olor tan particular que creo que,
por más que pase el tiempo, siempre será mi dulce compañía.
Precioso. Monttse
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
ResponderEliminar